Una mirada a África como tablero de la geopolítica internacional

lunes, 18 de febrero de 2013

Una proeza informativa: cómo contar la condena a los acusados por las protestas de Gdeim Izik sin decir que Marruecos ocupa ilegalmente el Sáhara Occidental


Una española de las que no tiene dudas sobre lo que pasó en Gdeim Izik, durante la manifestación de noviembre de 2010 en Madrid. / Foto de Ricardo Aznar.


Hay que celebrar que el telediario de las 3 de la tarde de Radiotelevisión Española (RTVE) diese ayer (domingo) la noticia del veredicto emitido por un tribunal militar de Rabat en relación a los 24 saharauis detenidos tras el brutal desmantelamiento del campamento de protesta pacífica de Gdeim Izik en 2010. Los informativos de la televisión pública suelen ser de lo más parcos a la hora de contar qué pasa en la antigua provincia número 53 del Sáhara Occidental situada a apenas media hora de vuelo de las Islas Canarias, especialmente cuando las noticias no dejan en buen lugar al régimen marroquí y, este juicio, ha sido denunciado dentro  y fuera de España como una indignante pantomima

Sin embargo, resulta notable que en una noticia cuyos antecedentes están en una protesta ocurrida en las afueras de El Aaiún, la firmante de la noticia haya logrado esquivar toda alusión al hecho de que esta ciudad sea la capital de un territorio ocupado ilegalmente por Marruecos o que el pueblo saharaui siga pendiente de la solución de un conflicto que ha justificado la intervención de una misión de cascos azules de la ONU (pinchando aquí podéis volver a ver el telediario en cuestión).  Como es habitual con este asunto, tampoco se hizo la más mínima referencia a la especial relación que sigue habiendo entre este territorio y España. Mucho me temo que ello es así no por la tiranía de la falta de espacio, ni por un irracional temor a ser tachados de neocolonialistas.

Puede que en la redacción de RTVE den por hecho que todos sus oyentes tienen interiorizado que lo ocurrido en Gdeim Izik tiene como transfondo la situación provocada por la política de hechos consumados con que la monarquía alauita intenta subyugar a un pueblo que nunca formó parte de Marruecos y cuyo territorio ocupa ilegalmente desde que lo invadió en 1975.  
Quizás por ello, no tuvieron en cuenta que, debido al silencio que los medios españoles han mantenido sobre este juicio, puede que haya quienes no lo tengan claro. Es un fenómeno previsto por las facultades de Periodismo donde se suele insistir mucho a los futuros profesionales que la memoria del público es muy endeble y por ello, al dar una noticia, nunca se debe dar hecho que el lector u oyente tenga almacenados en mente los datos básicos, ni siquiera cuando se ha hablado de ello en el periódico o informativo del día anterior. 

El espectador que se nutrió sobre esta noticia por el telediario de ayer se habrá quedado respecto al juicio militar de Rabat con los siguientes datos: por una lado, la versión de la justicia marroquí, presentada como una institución creíble por las imágenes que acompañaban la locución, que ha “considerado probado” que los saharauis que van a ser castigados han cometido delitos de  “formación de banda criminal, violencia contra la fuerza pública con resultado de muerte y mutilación de cadáveres”; por la otra, la versión de los abogados defensores que acusan al tribunal militar de haber impuesto sus condenas de cadena perpetua y penas de cárcel de entre 20 y 30 años, sin pruebas y en base a confesiones logradas por medio de la tortura.

Como no hubo ninguna mención a lo que ha dicho sobre lo ocurrido ni en Gdeim Izik ni, más tarde, con la farsa judicial denunciada por organizaciones de reconocido prestigio en la defensa los derechos humanos como Human Rights Watch, el oyente quedará suspendido en un aparente exquisito equilibrio de equidistancia entre los dos contendientes de la noticia. Ello implica la posibilidad de inclinarse por la versión de la justicia marroquí y considerar así a los condenados como integrantes de un grupo asimilable a la violencia etarra o algo peor. Estamos así, una vez más, ante ese tipo de falsa asepsia y objetividad que en 2010, le hizo decir a la entonces ministra de Exteriores Trinidad Jiménez, que no podía condenar la carga de las fuerzas policiales y de las milicias promarroquíes que habían desencadenado los enfrentamientos, por no tener claro lo que había ocurrido en ese campamento de protesta.

Es probable que hayan hecho lo mismo en otras televisiones y otros medios, si es que no hicieron apagón informativo sobre un dramático  hecho con el que Marruecos podría estar contribuyendo a desestabilizar la zona a las puertas de nuestra casa ya está probado que la injusticia es la materia prima de buena parte de los conflictos que arden en el norte de África. Como suelen recordar nuestros diplomáticos, lo que se dice por RTVE lo ven en Marruecos y puede ser motivo de crisis diplomáticas y, por ello, cuando la información tiene que ver con los intereses de Mohamed VI, se tiende a tener más en cuenta la reacción del oyente marroquí que no la del contribuyente español que mantiene con sus impuesto la tele pública.

Pero, precisamente por ello, RTVE no es un medio cualquiera. Además de presumir de tener los informativos “preferidos por la audiencia en todas sus ediciones”, es la televisión  pública de España, el país al que la ONU atribuye la responsabilidad de potencia administradora del pueblo saharaui mientras Marruecos siga impidiendo la autodeterminación del territorio en contra de las resoluciones de la ONU. Una condición jurídica que, pese a las mentiras de Trinidad Jiménez y otros, tiene entre sus responsabilidades velar porque ni con un sutil racaneo de datos (faltando a las famosas 5 W del periodismo), ni peor aún, con el silencio puro y duro, contribuyan a la tergiversación de la historia que sumió a Trinidad Jiménez en la confusión.

Menos mal que Javier Bardem, quizás por eso de vivir y trabajar fuera de España, compensó por la noche esta técnica de las medias verdades informativas al subir a recoger el premio Goya por su documental sobre el Sáhara Occidental (Hijos de la nube) con palabras claras e inequívocas. Culminó con un grito absolutamente panfletero (¡Viva el Sáhara Libre!), sí, pero terapéuticamente necesario para ese público al que le duele que, desde que el último Gobierno de Franco traicionase al pueblo saharaui, no haya habido cambio que rectifique esta vergüenza histórica. 


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