Una mirada a África como tablero de la geopolítica internacional

jueves, 19 de marzo de 2015

32º aniversario del Partido del Progreso de Guinea Ecuatorial: relato de los comienzos contra corriente de una oposición a Obiang

Acto de celebración del 32º aniversario del Partido del Progreso en Fuenlabrada. / Foto de Ricardo Aznar.



El Partido del Progreso de Guinea Ecuatorial que lidera Severo Moto acaba de cumplir su 32º aniversario y sus dirigentes lo han celebrado en un acto organizado en Fuenlabrada (Madrid) en el que reiteraron ante militantes llegados de varios puntos del exilio su firme voluntad de seguir luchando contra la dictadura de Obiang. Fui una de las invitadas al evento en el que me pidieron que interviniese como testigo de las primeras andanzas del partido y, sobre todo, de la iniciativa que en 1988 convirtió esta formación en una referencia obligada de la política guineana: la operación Retorno en Libertad con la que Moto y el fallecido abogado José Luis Jones, aterrizaron en Malabo en un vuelo regular de Iberia con la intención de legalizar el partido en su país.

La Operación Retorno en Libertad respondía a un llamamiento del presidente Obiang que había invitado a los opositores a sumarse al cambio democrático que acababa de anunciar a bombo y platillo confiando, quizás, en que nadie se iba a atrever a seguirle el juego.  La razón de que yo fuese una de las pocas observadoras independientes que acompañó a Moto y su entonces mano derecha en este retorno frustrado por los modos nada tolerantes del dictador, tiene bastante que ver con las importantes complicidades que ya entonces contaba Obiang en Madrid, incluyendo todo el arco de las fuerzas políticas parlamentarias, de derecha a izquierdas, sin excepciones. Pero antes de dar cuenta de los datos que me llevaron a esta conclusión, hice una introducción respondiendo a una de las militantes guineanas más jóvenes que, poco antes de que comenzase el evento, me preguntó sobre las circunstancias que me habían llevado a compartir esa excepcional aventura con sus líderes.

Armengol Engonga poco antes del comienzo del evento./ Foto: R.Aznar/
Por aquel entonces, tenía la suerte de trabajar en un gran diario como enviada especial para África y ya había realizado algún viaje a Guinea Ecuatorial. Había entrevistado al presidente Obiang y, como manda el periodismo pata negra, había entrado en contacto con los varios partidos de la oposición guineana que habían comenzado a proliferar en Madrid.

 De todos ellos me había llamado la atención el Partido del Progreso por el tipo de actividad que desplegaba y los datos que había recabado sobre la génesis del partido.  Todo el mundo sabía que la creación del Partido del Progreso había sido impulsada por Severo Moto tras su huida a España en 1982.  Tras haber sido preso de la sangrienta dictadura de Francisco Macías, el primer presidente de la Guinea independiente, Moto había sido uno de los muchos que había confiado en las promesas de apertura de Obiang que había derrocado a su tío, en 1979. Había incluso aceptado un cargo como responsable de Información y Turismo que le permitía poner al servicio de la reconstrucción del país arrasado por el macíismo sus conocimientos de periodista formado en la Escuela Oficial de Periodismo en Madrid. Pero, al evolucionar la situación hacia una nueva dictadura bajo la batuta del entorno del presidente, se había visto obligado a poner pies en polvorosa.

Lo que muy poca gente sabía era que el acta fundacional del Partido del Progreso tenía cuatro firmas, dos de ellas ecuatoguineanas y las otras dos de españoles blancos. Hoy en día, que haya blancos uniendo fuerzas en un proyecto político para lograr la democracia en un país africano, no es excepcional. Pero, en aquella época en la que todavía estaba en boga en África la retórica de los movimientos de liberación que unía presencia de blancos a neocolonialismo a abatir, ese paso exponía al partido a ser un fácil blanco de críticas sangrantes de parte de los propios africanos.

Severo Moto durante su intervención./  Foto: Ricardo Aznar.
Severo Moto, sin embargo, había optado por ese gesto valiente por coherencia  con su su lema favorito: “Hay que seguir la voz del pueblo”. Cuando se le preguntaba cómo había identificado que esta voz iba por ese camino contestaba que las pesadillas de los guineanos no tenían nada que ver con la colonización que, con todos sus defectos, en los años sesenta había convertido a Guinea (sin tener a mano los recursos de petróleo) en la segunda economía más próspera de África, un paraíso que muchos guineanos de su generación aún recuerdan con nostalgia.  El corazón de los guineanos, decía, tenía su identidad profundamente enraizada en la hispanidad, hasta el punto de haber identificado su liberación de la opresión macíista con la marcha de cubano y rusos y la vuelta de los españoles.  


Si algo se reprochaba en su país a la madre patria española, solía decir, era el abandono sufrido tras las elecciones con las que el gobierno del dictador Franco había culminado la descolonización en 1968. Ese, subrayaba, había sido el arranque de los verdaderos sufrimientos del pueblo guineano, con la dictadura prosoviética de Francisco Macías, que había costado la vida a miles de (entre 20.000 y 50.000, según las versiones). Pero, añadía el dirigente guineano, lo importante no era mirar al pasado, que podía disculpar por la impotencia de la España franquista ante el poderoso choque con que la guerra fría había convertido Guinea en uno de sus campos de batalla.



Había que mirar al futuro, decía Moto subrayando eso sí, que esa cooperación entre la madre patria y su antigua provincia debía desarrollarse  en pie de igualdad y de mutua responsabilidad y respeto, borrando ese feo ejemplo que seguían dando muchos países del África poscolonial, especialmente la francófona, donde los blancos de la antigua metrópolis seguían llevando las riendas desde el fondo de un despacho próximo al del ministro de turno mientras sus tutelados se llenaban la boca con una hueca retórica a favor de la recuperación de la “autenticidad” africana. 

Los miembros del Gobierno ecuatoguinano en el exilio pidieron a la autora de este artículo que posase con ellos. /Foto:Ricardo Aznar.


Otro aspecto del Partido del Progreso que me había parecido relevante era el intenso trabajo con el que había acabado siendo admitido en la Internacional Demócrata Cristiana. Había sido una decisión impulsada por el propio Severo Moto frente a la opinión de algunos de sus compañeros que le habían advertido de lo poco oportuno que resultaba para el desarrollo y éxito de los objetivos del partido recién nacido convertirse en el hermano guineano de unas fuerzas que estaban destinadas a languidecer e, incluso morir en la oposición, ante la abrumadora victoria electoral que acababa de llevar al poder al PSOE de Felipe González. Lo “realista” y “oportuno”, según estas voces, hubiese sido buscar apoyos en la internacional socialista, algo que entonces hubiese sido factible, ya que el partido opositor había nacido como una amalgama de sensibilidades (al estilo de la  UCD española) en la que no faltaban destacados intelectuales con vínculos y simpatías con el PSOE. 


Pero Moto (ferviente católico practicante) había logrado convencer a la mayoría de sus compañeros de que la opción demócrata cristiana era la que mejor sintonizaba con el sentir mayoritario de su pueblo, que se ha convertido en uno de los más firmes baluartes de la Iglesia católica frente a la creciente presión proselitista del islamismo en el África occidental. En un momento en que el muro de Berlín todavía seguía en pie y los guineanos todavía tenían muy reciente el trauma de la dictadura con retórica seudomarxista de Macías, era evidente que esa voz del pueblo huía despavorida de cualquier etiqueta política que les evocase esa pesadilla de terror a lo Pol Pot. 
Severo Moto con su esposa Margarita, una nieta y la autora. /Foto:R. Aznar.

Moto y los demás dirigentes confiaron en que el PSOE, como suele hacerse en términos geopolíticos, dejaría a un lado las diferencias ideológicas y valoraría  su probada militancia a favor de la vuelta y permanencia de la influencia española en Guinea Ecuatorial. Se equivocó ya que Felipe González prefirió mirar hacia otro lado mientras Obiang, en continuidad con el antiespañolismo de su antecesor, estaba consolidando el giro con que había incluido el país en la zona del franco francés, imponiendo  una francofonización que acabó siendo frustrada por la férrea resistencia del sentimiento prohispano de los guineanos.

No faltó quien le reprochó a Moto de haber pecado de ingenuo y falta de realismo polítoc por esa decisión que marcó desde entonces la actitud hostil del PSOE hacia la formación. El líder opositor sigue todavía hoy asegurando que, de haberse arrepentido, hubiese podido aprovechar las muchas ofertas que siguió recibiendo del socialismo para pasarse a su bando. Su actual número dos, Armengol Engonga suele decir que esta firmeza es lo que distingue el Partido del Progreso de otras fuerzas opositoras que acabaron perdiéndose en el camino de la lucha.

Fui testigo en 1988 de cómo estas convicciones no siempre fueron correspondidas por los partidos españoles hermanos. A finales de los ochenta, su escaso apoyo obligó a que la incorporación a la Internacional Demócrata Cristiana del partido guineano se hiciese dando un rodeo a la madre patria, buscando apoyos en los países de la América hispana. También falló su solidaridad en la Operación Retorno en Libertad. Pero eso, lo dejo para otra ocasión.




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